Hubo un
tiempo en que uno olía la vida diferente y los colores se percibían con píxeles
más intensos. Y no es que fuera el alcohol o cualquier tipo de droga, tampoco
que uno ahora necesite de ayudas para percibir bien o, en general, para sentir.
Probablemente las cosas han ido modificándose también tanto que la alteración de
ingredientes, los sistemas de producción, la contaminación ambiental, otorguen
una configuración distinta y sustancial a todo.
Llega
la primavera y el refrán, aparte de funcionar a la hora de quitarte ropa y no
especialmente debido a la connotación a la que se refiere, sientes más las
molestias e incomodidades que irritan la bucólica ensoñación de un nuevo
despertar, de la tierra, del aire, de la vida, que los goces y la ebullición
emocional que acompañan a ésta.
Han
sido ya tantas primaveras con sus despertares y sus ocasos, que la perspectiva
es tan sabida como que después viene las calores del verano, las urgencias por
aprovechar el buen tiempo, el estrés de las vacaciones, por ser eso sólo,
vacaciones. En fin, una sucesión de acontecimientos que quedan al final en más
de lo mismo.
La vida
últimamente se percibe más como al chico que te viene de enfrente con un hola
en el frontal de su camiseta y un adiós a la espalda. Visto y no visto, y así
andamos con todo, llenos de grandes expectativas y profundo fracasos. Ilusiones
al garete, y me pregunto quién vino a decirnos un día que haya algo esperable. ¿Cómo
podemos esperar algo de un guion que desconocemos?
Pero
aunque de lo dicho se puede deducir un absoluto descreimiento, aún la luna de
anoche me subyuga, el campo verde me abstrae, el olor del geranio me conmueve.
Estoy convencido que a lo largo de la vida vivimos en distintos universos
mentales y físicos paralelos, que nos hacen sentir y vivir las cosas de modo
diferente. Nuestros pensamientos nos construyen pero dirigen también los
sentidos, tanto que vemos cuando y lo que queremos ver e ignoramos aromas
pestilentes cuando nos interesa.
Nuestros
discursos quedan tan lejanos para las generaciones jóvenes, que creemos que la culpa
la tienen nuestros argumentos obsoletos para ellos, o el lenguaje no
modernizado, tal vez la obsesión adulta por las responsabilidades, nuestros
miedos ajenos para aquellos, una tecnología que intentamos seguir con la lengua
afuera, en fin que si los pantalones rotos versus el traje con chaqueta. No,
nada de eso, os lo puedo ya confirmar, simplemente es que en ellos funcionan
mecanismos físicos y químicos, bloqueados ya en nosotros y otros alternativos
han ocupado su lugar. Claro que no puedo negar ciertas evidencias, cristalino
endurecido, tímpano poco flexible, pituitaria y glándulas gustativas menos
discriminativas, pérdida de colágeno general que marca sensiblemente el tacto.
Todo nuestro arsenal de células llevándonos por mundos más adaptados a nuestros
sentidos, a nuestras incorporadas necesidades. Un hábitat adaptativo, compartido
en un ecosistema multifactorial, multihumano y multigeneracional. Sin obviar
los ritmos circadianos, las influencias planetarias, los rayos invisibles y las
interferencias ambientales, unido todo eso a huesos descalcificándose, perezas
de neuronas y políticas obstinada en repetir la misma historia. Eso cansa tanto
que te sumerge en un letargo de subsistencia con el mínimo gasto vital.
Qué
olor tenía la teta para el bebé, qué olor tuvo en mi juventud, ahora sin apenas
distinguir el salado del soso, el dulce del amargo, la teta me huele según mi
necesidad de hambre pero también de como tenga el día, o del tiempo que
transcurrió desde la última toma.
Llegado
a este punto no cabe frustración o desengaño, sino aprender otros colores,
otros sabores y olores, pero sobre todo a aprender otro modo de vivir antes de
que pasemos a otro nivel paralelo y ese que me espera no sé si me gusta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario